No todos son esqueletos ni carne mugrienta, existe , aunque
no se piense, personas que anteponen su dignidad y la necesidad de hacer el
trabajo bien hecho a la avaricia y el tener más sin fin preciso. Esta minoría sufre
un tremendo dilema moral que les impone luchar con las débiles, en apariencia, pero agresivas armas morales y derrotar a las
punzantes y tan dañinas armas negras. Pero la gloria de la minoría no es la que
se le debería ofrecer. En vez de banquetes de abundante alabanza y exaltación
de su persona se le ridiculiza por “no hacer lo que todos habríamos hecho”. Ese es el problema, la concienciación popular de
lo que de verdad todos deberíamos haber hecho. Esto empieza en colegios e
institutos donde la moral brilla por su ausencia pero ahora no es el momento de todo esto.
El foco infectado del pus negro del egoísmo son las
instituciones que tienen controladas las cabezas de sus palomas mensajeras para
que no se cuestionen lo que de verdad están haciendo, que no es, como piensan,
simplemente volar hasta entregar la mercancía impoluta a su destinatario. Son
culpables como cada uno de los operarios de este proceso en cadena, de cada infinitésima cantidad que remunera a los interesados. El fin de esta relación empresario-político
es uno de los ladrillos nuevos que hay que colocar para renovar este edificio
que tiene habitaciones para demoler y otras simplemente para renovar.
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