miércoles, 4 de diciembre de 2013

Dude

Pero no, tampoco deje de dudar de su paso constante, de su ritmo inconsciente, de no ver el tambor, de guerrear en el bando opuesto, de no combatir el miedo, de no decir lo quiere, de no rebelarse y amarlos, de no enfurecerse por su sonrisa,  de ser carroñero con sus hermanos, de comerse el pico del mantel, de no ser ambicioso, de desahogarse con nimiedades, de engrandecer su ego, de materializar las lágrimas, de contar lo incalculable, de no sentir compasión, de no querer quemar el traje, de preferir lo fácil, de creer, de decir, de modificar, de defender, de guiarse, de seguir el grito egoísta, de envidiarlos...

¡Mil lágrimas! Mil lágrimas por cada eslabón, y otras tantas por las cerraduras. Me cansé de buscar llaves para nada. A prueba de mazos están hechas las cadenas, por eso me fabricaré un hacha:
-¡Doctor, ayúdeme a convencerlo para que muerda este palo! Vamos a amputar.
-Pero hijo, las cadenas no están atadas a sus manos o sus pies, tampoco a su cuello. Las cadenas son ellos mismos.
-Pues deme la canción más irritante que encuentre. Les daremos la vuelta al cerrar los ojos y abrir la boca. Que su grito le mantenga vivo.



¿Oyes esa risa? ¿Oyes al niño agonizando dentro de ti? La incredulidad se va apagando, la cabeza asiente, y el corazón deja de enrojecerse. El vacío absorbe la desconfianza, las manos se automatizan, los pies se hinchan, los ojos se agrietan, la nariz se cierra. Cada instante será más difícil esquivar la lluvia de dagas.
El aceite caliente se arrastra por los muros. El fuego se asoma risueño. Pero ni siquiera un mero asombro, ni una boca abierta. Nadie venera ya la incredulidad. Todos se miran y asienten, no se mueven, aceptan, se abaten unos a otros con sus rezos, con sus deseos, con su nueva vida.
Mientras, la luz se apaga tras una figura. Un caballo, montado, se echa sobre sus patas traseras. El jinete no está asintiendo. El galope se hace inminente. Sin orden, desde el caballo se ven los muros temblar. El aceite es agua, el fuego se aviva en el interior haciendo una mueca de amistad a los asaltantes. Un sentimiento de esperanza llena sus vidas de valor. Un futuro posible les hace llorar de fortaleza.
El jinete no tiene corona, no lleva banderas, pero el latir de sus músculos encarna la luz más abrasadora. La piedra se derrite, los cimientos devoran las almenaras, y la torre maestra se queda inmóvil.
Una chispa, una chispa para despertarlos, para hacerles soñar que se caen, para mostrarles el todo del vacío, para hacerles decidir.

Los asaltantes soportaban la colina, pero ¿qué es el castillo en un valle? El jinete no ve una cuesta, ve el precipicio y se da cuenta, alza el cuerpo para mostrar el amor a la vida, para robar la hoz a la muerte, mezclar la verdad y la duda.

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